Quizás uno de los momentos más macabros de la Historia sea el conocido como “El Sínodo del Cadáver“. ¿Que qué fue? Un juicio donde el acusado no se podía defender… ¡porque era un cadáver!
El juicio se celebró en el Siglo IX, y fue representado por el pintor Jean Paul Laurens en este cuadro:
Pero, ¿qué pasó?
Resulta que en el año 896, Esteban VI, que era el nuevo Papa, quiso celebrar un juicio para sacar a la luz todos los trapos sucios que había escondido su predecesor, un tal Formoso. Hasta ahí, todo podría ser más o menos normal (los Papas en aquella época no eran muy pacifistas que digamos), la cosa es que había un pequeño problema con Formoso, y era que estaba bien muerto. ¡El nuevo Papa quería juzgar a un muerto!
Sus deseos fueron órdenes, y el cadáver de Formoso fue exhumado, vestido con sus ropajes y sentado (de aquella manera), en una silla para ser juzgado. En el juicio, el pobre acusado no dijo absolutamente nada, y eso que su cuerpo putrefacto tuvo que escuchar todas las acusaciones que se le imputaron, como por ejemplo haber usurpado el trono papal o haber conspirado contra el Rey de Italia.
Lo sentenciaron culpable -qué sorpresa-, por lo que anularon todos los decretos que había dado en vida, lo volvieron a desnudar, le arrancaron los tres dedos con los que bendecía y arrojaron su cadáver al río Tíber.
Pero la historia tiene un giro final. La población, que había seguido los acontecimientos con incredulidad, cogió un buen mosqueo con el nuevo papa por lo sucedido, por lo que, poco después, lo apresaron y se lo cargaron. No juzguéis si no queréis ser juzgados, le dijeron.